martes, marzo 03, 2009

Otro arte

Ahora soy un Fernando Ducrot menos Ducrot. Porque uno intenta tener dos existencias y esta vez no las tengo. Como dices, se tiene un pasado sinuoso; y como dice Auster, siempre la vida te marca con x, el ex casado, el ex amante, el ex de todo un poco. Finalmente, el pasado. La bifurcación del camino que pudo ser y que no fue, pero que sin embargo es. Como quieras. La marca sigue. Por eso mi retiro, por eso mi renuncia a Ducrot y todo lo demás para intentar encontrar otro sendero, para eludir los desastres. Supongo que uno no puede eludir internarse en los inconmensurables fondos de su ser. Queda dejarse caer, como una necesidad

Y mientras voy alimentando al sin huesos me voy cansando de la depresión del Ducrot, voy dejando su estilo, sin quererlo. Hasta creo que no tengo nada más qué decir aquí. Disculpa. Quiero hablarte de otras cosas.

Quiero hablarte de las montañas que no acaban, de las plantas que se apresuran para acariciar cuando se recorren sus caminos. De lo fácil que es acostumbrarse a ellas.

Quiero hablarte de pieles soleadas, de manos ásperas que no saben esto de escribir, de almas simples. De las ninfas que se acercan cuando prendes los focos, aquellas que antes eran para mí sólo insectos. De las horas que pasan naturales, sin mezquinos relojes que las aprisionen.

Ganas de ser un buen tipo y no el erizado de prejuicios que tiene que soportar este blog. Como que se me gastó la rabia y los deseos de venganza y muerte. Odio decirlo, pero se trata de eso que llaman paz.

Te voy a contar una historia –y es que me dio también por contar historias–. Un niño caminaba por la calle de la mano de su madre un domingo cualquiera. Siempre caminaban así. A pesar que hubiera mucha gente, ellos nunca se soltaban. La presión de la madre podía ser en esos momentos más fuerte y eso significaba para el niño un signo de cariño, él había aprendido a caminar así. No se imaginaba qué podría hacer solo en los grandes mercados sin poder levantar un poco los brazos y sostenerse aunque sea de uno de los dedos de su madre. Si a veces la madre lo soltaba, era para comprar o mirar algo, a veces un juguete para el niño. Mientras más crecía, al niño le gustaba jugar más con esto de desprenderse. Si se acercaba un basurero en la acera, él la soltaba y lo bordeaba para reencontrarse con la piel de mamá. Si venía un grupo de gente, aparentaba desaparecer para luego encontrarla. A veces él sólo veía venir a la madre y sin mirar arriba tomaba su mano.
Pero este soleado domingo a las tres de la tarde, el niño experimentaría una desaparición de verdad. Luego de una esquiva incursión por fuera de la acera en una atiborrada avenida, tomó las manos y siguió caminando. A pesar que las manos eran frías no parecía haber mayor diferencia. Casi arrastrándola señaló hacia unos juguetes, un tractor que la madre siempre postergaba con un “luego veremos”. Pero esta vez ella no respondió. El niño quiso insistir. No pudo porque cuando miró hacia arriba no era ella. Era una mujer desconocida que lo miraba sonriendo.

Dicen que el terror es cuando algo que conoces se vuelve extraño. Cuando descubrimos que un ser amado sostiene un cuchillo en la espalda. Cuando la madre que creías, ahora es otra. El niño soltó con violencia la mano de la ajena, miró a todos lados y no encontró el sombrero amarillo de mamá. Cruzó, furioso, las calles, corrió hacia la esquina donde la había dejado, miró otra vez entre la gente. Sentía que mientras más se esmeraba en buscarla, ella más lejos estaba. Lloraba y juraba a diosito, entre dientes, que si ella aparecía nunca más haría esas escapadas. Se quedó unos eternos segundos ahí y el milagro ocurrió. Nunca quiso poseer tanto a alguien, las manos no le bastaban.

El niño creció luchando con esta promesa pero no pudo con su espíritu desertor. Tampoco pudo convertirse en un ferviente cristiano. Aceptó con resignación que las personas desparecen y que a veces es mejor si se quiere aprender. Todavía cree que es posible reencontrarlas, cuando pasen los años o cuando se trate de otras vidas.
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Moraleja: Hay un arte para encontrar las cosas.
Evidencia: Esto se escribió antes del post sobre la Bishop, no tenía moraleja.