sábado, agosto 09, 2008

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Mantener feliz a alguien es casi imposible, el signo de un dios.

Un hombre ambicioso emula la intención de los dioses tratando de ser un modelo perfecto, absoluto. Su simetría no podría tener mejor intención, se concentra en el objetivo y, por tales razones, se convence que hace feliz a alguien, pero en realidad no lo sabe. Si pasa algo se pregunta qué hizo mal.

Otro, un hombre mediocre, en este infeliz duelo por la felicidad, no aspira a mucho. Hace para ese alguien tan solo improvisaciones. Le da excusas o aspirinas para pasar el rato. Algunos trucos en castillos de naipes.

Así, el hombre mediocre está más cerca de dios que el hombre ambicioso, porque a ella lo que realmente le interesa no es la felicidad en sí, sino un fundamento para ser feliz. A veces, sin embargo, a este hombre mediocre se le acaban las aspirinas o naipes, aquello que tenía que comprar en la tienda de la esquina.

miércoles, agosto 06, 2008

torcud odnanref

Como diría alguien, déjenme alardear esta muestra de... ¿cariño? Indefinible intención, como el tiempo en La Paz.

Tu faro, tu canon frenan toda duda
ofrendan un afan nunca fatuo.
Tocan, entran, tantean, no frenan.

Un duo dará un eco nunca tenue.
So

lunes, agosto 04, 2008

Um pedaço de nós

No sé si fue un fin de semana solitario. Fui en busca de compañía a una discoteca, fui en busca de un momento de amor. Me dije porqué no sentarme en una mesa y beber una cerveza. Acostumbrándome a la bulla y a las miradas de invitación, dejé que el tiempo pase. Fue interesante solo mirar con tranquilidad a las gentes bailando. Y pasó lo que esperaba sin esperar, tocó una canción antigua que me llevó al mismo desconcierto, ¡hey, ven conmigo a danzar!, me dijo. Empecé entonces a sentir el olor de mi infancia.

Era 1989, mi madre había muerto un año antes y yo deambulaba todavía inconsciente por las casas de mis tíos. Un día llegó una prima mayor, ahora recuerdo, mis pasos torpes y mis cabellos crecidos; ella más tarde bailando lambada, su cintura que me llegaba a los hombros y mis labios tocando su vientre (entiendo por qué me gusta abrazar así). Me había tomado cuando empezó a tocar Kaoma. Daba vueltas infinitas con ella, intentando igualar sus pasos en el aire, oscilado su cuerpo; estaban mis primos, una radio vieja, el piso de madera y las estrellas afuera. Su calor penetraba las tardes en la playa, los días de fiesta de los viejos, las vacaciones, su titubeo cuando la sorprendí al sacarse una polera, el olor a incienso, un carrusel; mi perro febril corriendo al vaivén de mi huida, su gloriosa agonía. Escucho el tema y no entiendo, es muy alegre pero triste, como si me recordara esos viejos traumas y sueños y los elevara en una sola fotografía, de esas que son de otra vida.

Prometí encontrar el tema, encontrar la imagen de esos esclavos bailando alegres lambada. No sabía cómo buscar en internet, ni por el grupo, ni por alguna frase clara que recordara. Luego de varias horas por fin di con ella, con ella, tenía que llamarse Lambamor. Reír y llorar. Intensidad en la oscilación. Saudade. Es mí manera de poseer ese tiempo, una vida guardada en mp3, un milagro de Amelie, una forma de retener lo perdido; como si así de fácil fuera guardar a las personas.

boomp3.com