sábado, agosto 09, 2008

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Mantener feliz a alguien es casi imposible, el signo de un dios.

Un hombre ambicioso emula la intención de los dioses tratando de ser un modelo perfecto, absoluto. Su simetría no podría tener mejor intención, se concentra en el objetivo y, por tales razones, se convence que hace feliz a alguien, pero en realidad no lo sabe. Si pasa algo se pregunta qué hizo mal.

Otro, un hombre mediocre, en este infeliz duelo por la felicidad, no aspira a mucho. Hace para ese alguien tan solo improvisaciones. Le da excusas o aspirinas para pasar el rato. Algunos trucos en castillos de naipes.

Así, el hombre mediocre está más cerca de dios que el hombre ambicioso, porque a ella lo que realmente le interesa no es la felicidad en sí, sino un fundamento para ser feliz. A veces, sin embargo, a este hombre mediocre se le acaban las aspirinas o naipes, aquello que tenía que comprar en la tienda de la esquina.

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