sábado, abril 19, 2008

Durará poco; se repetirá siempre

Cuidé de mi caballero con devoción. Me gustaba tocarle, dar­le mis caricias cuando nadie nos veía, y él respondía tierno. Notaba el amor creciendo en mi pecho, ahora sin trabas, sin obs­táculos. Cuando Hugo se sintió recuperado, me propuso que dejá­ramos Cabaret y que fuera con él a su tierra, repitiéndome que sería recibida en Mataplana como una reina. Comprendí que aban­donar la seguridad de aquel lugar, los baluartes encaramados en el monte, su mundo de música, amor y Joy me entristecía. Pero todos, y los señores del castillo los primeros, sabían que aquel uni­verso bello no duraría mucho, que era efímero, y la anticipación de la añoranza acrecentaba el gozo del momento.

—Crucemos los Pirineos por Foix antes de que llegue el invier­no —me decía mi amado—. Del otro lado reina la paz. Hace cien­tos de años que no hay incursiones sarracenas en las tierras de mis padres. Allí estaréis a salvo.

Me inquietaba pensar en cómo me recibiría su familia y muchas veces me sorprendía contemplando el camino que serpenteaba por el valle y que conducía, lejos de la seguridad de Cabaret, al mun­do y a Mataplana.

Naturalmente, acepté. Mis ojos se llenaban de lágrimas al pen­sar en Guillermo, pero el destino había decidido por mí. Entonces comprendía lo mucho que quise al franco, pero también que ama­ba a Hugo más aún, y que ahora todo mi cariño era suyo. También deseaba volver a vestir como una dama, comportarme como una dama, coquetear como lo hacía Orbia, aunque con mucho más recato. Deseaba y temía salir de aquel lugar irreal, irrepetible por lo hermoso, por el hechizo de amor que parecía protegerle.

La reina oculta, Jorge Molist

3 comentarios:

Unknown dijo...

no hacemos otra cosa que fabricar una historia que luego escribiremos

Anónimo dijo...

www.querubines.blogspot.com

Anónimo dijo...

www.querubunes2007.blogspot.com